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Si el islamismo nos parece machista, espera a compararlo con Occidente

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Leila Slimani | Getty
 

Si el islamismo nos parece machista, espera a compararlo con Occidente

Oír el testimonio de decenas de mujeres marroquíes sexualmente reprimidas por el islamismo nos enseña, entre otras cosas, que su sufrimiento se parece demasiado al de sus homólogas occidentales

Una vez Leila Slimani acudió a un acto público a defender la despenalización de las relaciones sexuales fuera del matrimonio en Marruecos. En medio de aquel acto —explica la autora en Sexo y mentiras, un magnífico reportaje sobre el tabú del sexo en su país de nacimiento—, un hombre se levantó de la sala y le acusó de querer generalizar la homosexualidad, y de convertir Marruecos en un inmenso lupanar.

A la mayoría de lectores la anécdota le parecerá fruto de una estupidez estridente: existe una diferencia bastante apreciable entre una mujer que lleva una vida corriente mientras experimenta relaciones fuera de la institución matrimonial, y un país sumido en el caos y la anarquía. Las mujeres libres no producen crisis sociales; en todo caso, las evitan.

Sin embargo, semejante falta de reflejos no es ni mucho menos un fenómeno limitado a los países islamistas. Sin ir más lejos, en nuestro país es perfectamente normal ver a uno de nuestros escritores más prestigiosos, en el periódico más leído en lengua española, sugiriendo que tanta pedagogía sobre consentimiento enfriará las relaciones afectivas quizá hasta extinguirlas, pues ya nada podrá hacerse.

Es decir, que entre un islamista marroquí y Javier Marías —o aquel otro columnista que mostraba su preocupación por que la pedagogía sobre consentimiento nos condujera a mayores tasas de prostitución infantil; o Haneke, que teme que el “puritanismo” acabe con la creatividad— no hay, en verdad, una gran diferencia. Hablan el mismo idioma.

Hacia una ética laica, libre e igualitaria

Como Joumana Haddad, como Saphia Azzeddine, como Ayaan Hirsi Ali, o como Fatena Al-gurra, Leila Slimani es una de esas autoras que está haciendo un trabajo verdaderamente admirable para reivindicar una ética laica, libre y feminista en el mundo árabe. Ocurre no obstante que muchas de estas escritores a menudo son perversamente leídas para justificar una inexistente superioridad moral occidental: ¿Veis? Nuestras mujeres son libres, no como en esos países.

Nada más lejos de la realidad.

De hecho, toda aquella persona que de verdad espere una sociedad igualitaria se mostrará más inquieta por aquello que nos separa de la utopía, que no satisfecha por lo que nos distingue de la barbarie. Dicho de otra forma: nunca jamás ningún liberal se ha conformado con el estado de la cosas, a la vista de que otras latitudes ofrecen políticas económicas más restrictivas: siempre se puede liberalizar más. Cambian el parecer si hablamos de las libertades de las mujeres: basta la existencia de países islamistas para dar por suficientes los derechos de la mujer en Occidente. Quienes así razonan, de más está decirlo, no son adalides de la libertad; son machistas, y son despreciables.

A través de los numerosos testimonios de mujeres marroquíes que recoge Sexo y mentiras, el título de Slimani sirve, entre otras muchas cosas, para constatar lo lejos que el mundo entero está de una ética laica, libre e igualitaria, y de que muchas veces, parte de los abusos que las mujeres árabes sufren encuentran su reflejo especular a este lado del mundo.

Toda aquella que persona que de verdad espere una sociedad igualitaria se mostrará más inquieta por aquello que nos separa de la utopía, que no satisfecha por lo que nos distingue de la barbarie

Sirva como ejemplo de lo anterior el caso de Much loved, una película estrenada en Cannes en 2015 y cuyo tema es la escena de la prostitución en Marraquech. «Bastaron unas imágenes de la historia de las cuatro amigas que se prostituyen en Marraquech—escribe Slimani— para provocar la ira de la muchedumbre y, a continuación, la de los poderes públicos. La película, su director y las actrices fueron objeto de insultos y amenazas de muerte. El ministro de Comunicación decidió, sin tan siquiera haberla visto, prohibir su exhibición en Marruecos. ¿Cuál era su objetivo? Proteger la imagen virtuosa e irreal de la mujer marroquí, que el filme de Nabil Ayouch había vulnerado».

¿Delirio islamista? En realidad, tampoco está tan lejos de este otro pasaje que escribe Paul B. Preciado en Testo Yonqui a propósito de la censura que sufrió la película Baise-moi, precisamente en Francia, cuna de libertades ilustradas, además del estado que no hace mucho era orgullosamente reivindicado por algunos por su «libertad de importunar»:

«Primavera de 2000. Bajo la presión de una asociación de extrema derecha —escribe Preciado—, el Consejo de Estado del Gobierno socialista decide retirar el visado de explotación en cines de la película Baise Moi. Una república de censores aterrados de su propia adicción pornográfica y de la posible visibilidad de sus pollas flácidas atacan la película para decir, cabrones de mierda, “no a la pornografía”, e impiden su difusión en sala, y la prohíben en todos los cines, y la reducen al DVD; la sacan del ámbito público para encerrarla en el consumo doméstico, para evitar que los niños y las niñas del futuro aprendan que si te la meten sin consentimiento puedes coger una pistola y abrirle al que lo ha hecho un boquete que va desde su ano hasta su cerebro de heterogallito abusivo».

Es lo mismo que le había pasado a Nabil Ayouch, pero en Francia, quince años antes: miedo a la mujer libre.

Escribe Slimani que «en Marruecos, cuando te muestran tu reflejo en un espejo, lo rompes». Visto lo visto, en Occidente también.

Islam, Occidente y machismo

Sexo y mentiras recoge muchas voces sobre la condena que supone a las mujeres las relaciones fuera del matrimonio, y que de alguna forma quedan resumidas en observaciones como esta: «El hombre que hace el amor antes de casarse está mal visto, aunque admitido. Las chicas, sin embargo, están condenadas sin remedio».

Escribe Slimani que «en Marruecos, cuando te muestran tu reflejo en un espejo, lo rompes». Visto lo visto, en Occidente también.

O también: «El hombre marroquí tiene tendencia a creer que el cuerpo de la mujer queda marcado por quien la desflora. De hecho, existen textos de alfaquíes que dicen: “Casaos con una virgen, para evitar que ella siga ligada a su amante”».

A la vista de las estadísticas sobre el techo de cristal que ya conocemos, y que estos días vuelven a aparecer, al calor de la próxima huelga feminista del 8M; es sorprendente la facilidad con que el diagnóstico de Slimani encuentra su reflejo en nuestro mundo, cambiando simplemente un par de palabras: En el mundo laboral, el hombre que engendra hijos está mal visto, aunque admitido. Las chicas, sin embargo, están condenadas sin remedio.

O también: contratad a una infértil, a una mujer en cuyos planes no se encuentre la maternidad, para evitar que ella siga ligada a su hijo.

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