PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo “A pesar de todo el dolor que nos puedan infligir los demás, se puede salir adelante” Lit

Lit

“A pesar de todo el dolor que nos puedan infligir los demás, se puede salir adelante”

H

Imagen: Archivo familiar
 

Hablamos con Meirav Kampeas-Riess, nieta de Edith Roth, superviviente del Holocausto que, a sus 95 años, cuenta su historia por primera vez

Rafa Martí

El 4 de abril de 1944, Edith Roth estaba en casa de sus padres en Selish. Entonces era una ciudad de Hungría, hoy conocida como Vinogradov, y parte de Ucrania. Los Roth se disponían a celebrar el Pésaj, o el paso de Moisés por las aguas del Mar Rojo conduciendo al pueblo judío a su liberación. Aquella noche, sin embargo, las aguas se cerraron: los soldados alemanes llamaron a la puerta y se los llevaron a Auschwitz.

A Edith la separaron de sus padres. Le tatuaron el número 9130-A en el brazo. Desde aquel día, con sus diecisiete años cumplidos, Edith pasaría a ser testigo involuntaria y víctima de la mayor carnicería humana de la historia.

El doctor Josef Mengele decidió arbitrariamente que debía morir. Al examinar a las prisioneras, sentenció con un gesto que Edith se iba a la fila de quienes terminarían en la cámara de gas. En la otra fila, a la que Mengele enviaba a las que tenían que vivir, estaba su prima Iranka. Aquel día, Edith decidió que no iba a morir. Lo cuenta así:

“Me miró, miró mi cuerpo desnudo, caminó dando vueltas a mi alrededor y... su dedo ordenó ponerme en la fila de la derecha. Sentí que me abandonaban las fuerzas. ¡Estaba en la fila de la muerte! En la otra fila se encontraba Iranka, mirándome con los ojos bañados en lágrimas”.

Y entonces, sucedió:

Erguí la cabeza, estiré el cuerpo tanto como pude, apreté los puños y súbitamente sentí que desde algún lugar me llegaban fuerzas y mis piernas me transportaban a toda velocidad a la otra fila. Sin saber muy bien cómo, me encontré de pie junto a Iranka en la fila de la vida, y unos minutos después ya estábamos vestidas y dirigiéndonos de vuelta al barracón”.

Ninguno de los guardias se dio cuenta. Nadie la vio cambiar de grupo. Aquel acto de insumisión le salvó la vida.

Edith Roth, en el centro, junto a sus padres y sus hermanos Asher y Moshe.

Iranka, su prima, murió por las duras condiciones del campo. Sus padres fueron gaseados.

El 15 de abril de 1945 los Spitfire ingleses sobrevolaron Auschwitz y entraron los tanques aliados. Las aguas del mar se habían vuelto a abrir. Edith había sobrevivido. Pero aquel día solo sintió indiferencia. La anulación a la que la habían sometido tardaría años en recuperarse.

Hoy, sin embargo, a sus 95 años, se puede decir que lo logró.

Así es como ha contado a su nieta Meirav Kampeas-Riess la dura e inspiradora historia de su vida, que ahora publica bajo el sencillo título El pequeño libro de los grandes valores (Alienta, 2018).

Hasta ahora, Edith jamás dijo una sola palabra a nadie. Poco después de Auschwitz se reunió con sus hermanos Asher y Moshe, que se libraron del genocidio puesto que estudiaban en Budapest. Cuando, al ver su deteriorado aspecto le preguntaron qué es lo que le habían hecho los nazis, les respondió:

“No me preguntéis jamás por lo que viví, lo que vi o lo que sentí. Es inconcebible desde cualquier perspectiva racional, ¿lo entendéis?”.

Como nieta de Edith, Meirav se ha sentido fuertemente influida por la biografía de su abuela. Presenció cómo, desde el horror más indescriptible, Edith reunió el valor para sacar adelante su vida, hacerse feliz y hacer feliz a muchos. Esto la llevó a hacerse profesora y a convertirse en una proselitista de lo que ha encarnado su abuela en vida: un compendio de valores, según Meirav, universales y que trascienden todas las culturas, momentos históricos y religiones.

“Todo se conecta en la educación y los valores principales son los mismos para todo el mundo”, dice Meirav. “Da igual dónde vivas o de dónde salgas, todos queremos vivir en paz, tener una casa, salud, agua potable y que nadie nos haga daño. Todos conectamos con las mismas emociones y ahí empieza todo”.

Meirav reconoce que su abuela no ha podido perdonar a sus captores y a los asesinos de sus padres. “Creo que nunca se puede perdonar de corazón a alguien que ha matado a toda tu familia, pero lo que ella me enseñó es que a pesar de todo el dolor que nos puedan infligir los demás, del mal que uno no controla, hay y se puede salir adelante”, asegura. “No podemos permitirnos caer y quejarnos todo el día, haciéndonos las víctimas”.

share