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Lit
Se publica el cuarto tomo de la ‘Historia de la sexualidad’ de Michel Foucault, cierre de una de las obras más originales de la filosofía del siglo XX, dedicada a explorar los límites de la relación con nuestro cuerpo
14 Junio 2019 12:43
Tenemos una relación complicada con nuestros cuerpos. Nunca fue tan aceptado el abanico de posibilidades sexuales, identitarias y afectivas pero, a la vez, pocas veces se manifestaron de forma tan evidente las contradicciones que nos perturban. Nos creemos libres pero la sociedad nos impide desarrollar nuestras fantasías. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué nos impide utilizar nuestros sexos como nos de la gana?
Había una vez, hace ya algunos años, un filósofo francés con pintas de macarra que construyó con su obra uno de los pensamientos más influyentes de su época, cuyos rayos aún iluminan muchas de las cuestiones de nuestro día a día. Ese filósofo, llamado Michel Foucault, desarrolló una teoría a la que denominó biopolítica y que consiste en estudiar la manera que tiene el poder de configurar nuestros modelos de vida. El sexo, el placer, el gozo, obviamente, no podían quedar aparte. Foucault, que tuvo una relación bastante problemática con su homosexualidad y acabó muriendo de SIDA, encontró en su época un sinfín de prejuicios acerca del despliegue sexual, tema al que le dedicó una extensa Historia de la sexualidad, cuyo cuarto volumen publica ahora Siglo XXI, treinta y cinco años después de su muerte, bajo el título Las confesiones de la carne.
Ni los griegos eran tan guarros, ni los cristianos tan puritanos. Esa vendría a ser la tesis del libro. Cuando pensamos en la antigua Grecia a todos nos vienen imágenes de jovencitos siendo sodomizados por sus maestros. Sloterdijk, con su ironía característica, nos recuerda que en la puerta de la academia platónica no había una sino dos inscripciones. Una primera que decía, “Manténgase alejado de este lugar quien no sea geómetra”, mientras que la segunda recordaba a los visitantes, “Se excluye de este lugar a quien no esté dispuesto a implicarse en asuntos amorosos con otros visitantes del jardín de los teóricos”. Son tantos los pasajes que se refieren al sexo en las obras de estos pensadores que con citar uno ya es suficiente. Recordemos los elogios del viejo Sócrates, quien al inicio del Banquete agasaja a Agatón, anfitrión de la velada, por el “vivo resplandor que ya arroja tu juventud”. El intercambio de fluidos era algo común entre los círculos académicos y se interpretaba como parte del proceso formativo. Ya se sabe, uno debe mostrarse como un buen receptor si quiere ser inundado de sabiduría.
Sin embargo, a pesar de la idea que nos hemos formado de estos cachondos profesores, lo cierto es que fueron los griegos quienes primero le marcaron los límites a la voluptuosidad de la carne. Algo que el cristianismo heredó y elevó al siguiente nivel. En sus propias palabras, “es un hecho que, en lo tocante al matrimonio, la procreación y los aphrodisia, los cristianos ponen en práctica los mismos principios que los filósofos”. Así que bajo esa leyenda de fornicación interminable y orgías intergeneracionales, lo que en realidad se escondía era una férrea concepción de lo que se podía y lo que no en el asunto de los placeres. Dicho esto, es evidente también que el despliegue teórico que hicieron los cristianos sobre las tentaciones de la carne supera lo marcado por lo antiguos filósofos. Pero es importante saber que la biopolítica puritana no es únicamente objeto de la Iglesia, sino que venía de lejos.
Partiendo de este punto, lo que Foucault hace en este libro es recuperar las referencias cristianas fundacionales sobre la moral del cuerpo. Y lo hace siguiendo tres grandes líneas de investigación: la procreación, la virginidad y el matrimonio.
De todas las peripecias existenciales para mantener a raya la concupiscencia de nuestros deseos, la que más me ha llamado la atención es sin duda “el arte de la virginidad”. Como es comprensible, la virginidad ha sido utilizada para mantener a ralla el apetito cristiano. Pero su significado apunta hacia algo mucho más profundo: el desarrollo de la meditación, la organización social, el gobierno de uno mismo y, como no, la “introducción de un régimen de la verdad de las almas”. La virginidad es un arte y una ciencia y como estado privilegiado del ser te permite acceder a la relación con Dios de manera pertinente. La virginidad representa la salvación de los humanos sobre la tierra en tanto que se yergue contra el pecado y la lujuria a favor del control y el auto-conocimiento. La virginidad es un rechazo frontal de la muerte y gracias a ella somos capaces de retrotraernos al momento anterior al pecado.
Siempre se ha dicho que la iglesia cristiana ha hecho mucho daño al cuerpo y en el libro encontramos escritos que así lo demuestran, desde los manuales de vida, hasta las oraciones de arrepentimiento. El hombre debe seguir estos preceptos si quiere alcanzar la gracia de Dios. Pero entonces, la pregunta que nos viene a la cabeza, inundados como estamos de casos de pederastia y violación en la Iglesia, es si realmente sirvió de algo ocultar la verdadera naturaleza de nuestro deseo. Como seres deseantes que somos, la mutilación de toda voluntad sexual ha producido las deformidades más monstruosas que podamos imaginar. Y ahora empezamos a darnos cuenta.
Mientras el Vaticano ha empezado a culpar a los intelectuales del Mayo del 68 (Foucault era uno de ellos) de muchos de los errores que se dan en su seno, no está de más recordar que su intento no fue otro que la liberación de las pulsiones, el reconocimiento de nuestra animalidad y el florecimiento de una moral no represiva que debía incluir toda forma de consentimiento. De otro modo vivimos esclavizados, generamos odio y frustración y, en último término, confundimos poder con vejación. Tomar la obra de Foucault como lo que no es, demuestra que la Iglesia sigue atada a los preceptos represivos que tan claros quedan en este volumen. Por el contrario, estudiarlos nos hace más libres, y superarlos nos permite construir desde la diferencia el espacio común desde donde todos podamos expresarnos. Así que, celebramos la publicación y, con ella bajo el brazo, solo nos queda decir: hay que seguir empujando.
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