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Diego Sztulwark: "La fisionomía de América Latina está cambiando"

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América Latina se encuentra en un momento de convulsión evidente. Hemos hablado con Diego Sztulwark para que nos aclare, al hilo de la publicación de su nuevo libro "La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político", cómo podemos interpretar este momento histórico para encarar el futuro con esperanza.

Cristian Palazzi

11 Febrero 2020 12:04

Ante un problema tan complejo y difícil de desentrañar como es la crisis que vive actualmente América Latina, la primera pregunta es cuanto menos necesaria, ¿por dónde empezamos?

Yo partiría de esta reflexión general: ¿en qué momento del capitalismo estamos? Si no partimos de ahí se pierde la estructura común que permite que se puedan comprender situaciones diversas como estando integradas realmente en una dinámica que permite enlazarlas y relacionarlas.

Tomando las enseñanzas que nos ha dado Felix Guattari, empezaría por decir que estamos en un periodo del capitalismo en el que lo central es la producción, no de mercancías, sino de modos de vida. Es decir, no se logran realizar las mercancías si previamente no se han constituido modos de vida dependientes de la producción mercantil, esto es, que el deseo de las personas y la realización vital ocurra consumiendo mercancías. Eso no es natural, y cada día más el esfuerzo de la producción capitalista está orientada a operar sobre el modo de vida y la articulación entre modo de vida y mercancía.

Si se puede asumir que el neoliberalismo, en una de sus acepciones, es este énfasis del capitalismo en la producción y el gobierno de los modos de vida, entramos en una zona común que nos puede permitir preguntarnos qué significa la crisis.

En el fondo de la cuestión, me parece que se podría decir que llamamos crisis al momento en que falla este gobierno de los modos de vida. Esta orientación de la vida a la mercancía.

Y ahí estamos. El neoliberalismo se ha extendido a lo largo de las últimas décadas apropiándose efectivamente de los modos de vida. Pero se trata de un fenómeno que no se ha dado de manera natural sino que ha sido una secuencia de diferentes momentos, ¿cómo penetra la hegemonía capitalista en el corazón de América Latina?

América Latina pasa de una fase en los años ochenta, los años de transición a la democracia, los años del fin de las dictaduras militares en Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Paraguay y el inicio de los primeros gobiernos constitucionales, parlamentarios y democráticos, que se desarrolla bajo la obsesión particular de evitar que vuelva la dictadura.

En algún momento de los años noventa aparece un fenómeno nuevo, la aparición de los movimientos sociales. Se produce un desplazamiento en relación a lo que se llama democracia y la democracia ya no es más el hecho de que haya un presidente votado o un parlamento y una constitución, sino un movimiento conformado por un sujeto nuevo que no está obsesionado con los militares sino con el neoliberalismo.

Si bien el neoliberalismo en América Latina se instaura gracias a la intervención de las fuerzas armadas, del terrorismo de estado, lo que ocurre es que surgen unos sujetos cuyo problema político no es ya el problema democracia y dictadura, sino qué tipo de democracia puede haber sobre una base de acumulación por desposesión y de destrucción de derechos sociales. Y es ahí donde empieza a madurar un fenómeno nuevo que, visto desde hoy, puede ser analizado a partir de tres grandes vectores: el indígena comunitario, el feminismo popular y los trabajadores precarios. Tres movimientos que encuentran como zona de subjetividad común el movimiento de los derechos humanos.

Entiendo que estos tres movimientos articulan una alternativa al neoliberalismo, sin embargo cuesta ver como eso sea posible en un contexto como el de Brasil, Bolivia, Chile...

Después de la crisis del neoliberalismo del 2001, vino la hola de los gobiernos progresistas, llamados populares o populistas: Chavez, Morales, Kirchner… La novedad de este momento es la incapacidad de estos gobiernos de responder al problema de la democracia con mediaciones de calidad, de producir transformaciones de calidad alta para que los movimientos sociales puedan ejercer un protagonismo real.

Por otro lado, el intento de construir una derecha liberal con modales fracasa por si mismo, en Argentina por ejemplo. Así que más bien lo que estamos viendo es una contraofensiva del capital bastante fuerte: macrismo en Argentina, en cierta manera Bolsonaro en Brasil, la respuesta represiva en Chile, el golpe en Bolivia. Una contraofensiva de la que podemos afirmar que solo triunfa cuando logra instaurarse como neofascismo. De trata de una reacción interna del neoliberalismo, en la que es el propio neoliberalismo el que se militariza.

Es el propio neoliberalismo el que activa una suerte de versión alternativa, más intolerante, más irascible, frente a aquellos sectores de la sociedad que no meramente se subordinan al mando, los que no se dejan couchear, todos aquellos que son “anómalos”, que no entienden la invitación al disfrute del mercado y, en cambio, intentan crear otras formas de vida.

Cuando uno ve el discurso de Bolsonaro, la militarización del neoliberalismo, la ofensiva hiperagresiva para recomponer la tasa de ganancia sobre la naturaleza, sobre el Amazonas, sobre los derechos laborales, y este odio sobre las mujeres, los homosexuales, los negros, uno ve el calco exacto de todos los síntomas que el capital puede percibir sobre en qué punto se autonomiza el deseo. Es como si el viejo discurso sobre la guerra fría se desenvolviera hoy, para producir nueva subordinación, ya no como un Occidente en guerra contra la URSS, sino como formas capitalistas de reproducción de la vida.

Es decir, relacionas directamente neoliberalismo con neofascismo.

En Brasil es fácil pensar la respuesta porque las fuerzas armadas son un actor que no quedó desmembrado. No tanto, por ejemplo, como en Argentina. Pero hay otros ejemplos. En Bolivia circuló una garantía que la presidenta actual le daba a la fuerzas armadas que consistía en una protección legal en caso de que se cometan homicidios en una situación represiva. En Chile hay una negociación abierta entre las fuerzas armadas y el gobierno sobre las condiciones por las cuales pueden salir a la calle y que protección tendrían a la hora de reprimir. Bolsonaro da garantías a las fuerzas de seguridad para que puedan entrar en zonas de conflicto y matar teniendo una protección.

Estamos ante una nueva articulación entre mercado y fuerzas represivas. En el caso de Argentina no son fuerzas militares, son fuerzas policiales. Pero lo que no está en discusión, porque es muy visible, es la articulación del régimen jurídico fundado en la propiedad privada y protegido por técnicas militares. Esta fórmula en los últimos meses ha crecido en América Latina de manera notable.

Política y economía de la mano en su versión más cruda. Contra este diagnóstico existen, como dices, saberes que se generan desde las periferias. ¿En qué consiste esa ofensiva sensible de la que hablas?

Yo llamaría “ofensiva sensible” a un saber de dos caras. Por un lado sabemos que el neoliberalismo es un fenómeno desensibilizador de la existencia y que no puede ocurrir sin re-enviar la vida a la realización del mercado; y por otro, la “ofensiva sensible” responde al hecho de que el movimiento popular se opone al neoliberalismo sensibilizandolo, creando zonas de resensibilización. La nueva politizaciónconsiste en una ofensiva por resensibilizar el campo social.

Yo volvería sobre las tres matrices que están cambiando la fisionomía de América Latina: la primera es la indígena campesina, comunitaria, y tenemos los ejemplos de Chile, Guatemala, Ecuador, México.

La segunda es el feminismo, que ahora en Argentina empieza ha llamarse feminismo popular y que es un cambio en la propia matriz del feminismo, es un feminismo que ya no es tan dependiente ni del tradicional feminismo europeo ni del feminismo de universidad.

Es un feminismo que se ha preocupado realmente de articularse con barriadas, con movimientos populares y que empieza a tener, no meramente un conjunto cerrado de reivindicaciones puramente de mujeres, sino que incluye desde su punto de vista un mapa de las formas de explotación que recorren todos los campos de la existencia, desde la cama hasta la ciudad, pasando por el trabajo doméstico e invisibilizado, y que va siguiendo todos los hilos de violencia que son propios de la explotación. Cuando digo feminismo me refiero a luchas que producen saberes sobre la sociedad.

Para mi la persona más emblemática aquí es Rita Segato. Ella ha explicado muy bien una pedagogía de la crueldad que articula prácticamente todas las instancias de la sociedad y que puede explicar muy bien una afinidad estructural entre patriarcado y neoliberalismo.

El tercer elemento es el trabajo precario o el precariado, que no es simplemente la demanda sindical, es también una experiencia que se relaciona con la lucha contra el racismo, contra la policía en los barrios, contra la represión a los jóvenes, es también un arco de luchas metropolitanas que tienen por experiencia la precariedad. Tenemos el caso de “Juguetes Perdidos” en Argentina y de otros, que pueden explicar muy bien la incidencia de sectores no formales del trabajo en fenómenos de variación del mercado.

Si tomamos el hecho de que estos tres movimientos no son como en los años setenta: organizaciones político-revolucionarias a las que se podían destruir, sino regularidades sociales profundas, rasgos que observamos en todo el territorio del continente, no me parece que sean fáciles simplemente de reprimir. Se podrán frenar iniciativas o algunos momentos de movilización, pero estos movimientos no hacen sino crecer.

El hecho de que estos tres fenómenos puedan interconectarse, que puedan leerse como un momento de la inteligencia colectiva y el hecho que sobre el fondo de los derechos humanos pueda tomarse estos movimientos como movimientos de resensibilización de las sociedades latinoamericanas, me lleva a creer que empieza a aparecer poco a poco una inteligencia que ya no es la de la vieja izquierda.

Se trata de un nuevo campo de politización, un nuevo campo de refundación de la democracia que, a más a la larga o más a la corta, es bastante incompatible con este neoliberalismo fascistizado.

Pienso que esta es la forma de la lucha de clases en la América Latina de hoy y pienso que es al interior de este conflicto que hay que pensar tácticas políticas.

Tu análisis me lleva todo el rato a un choque inevitable entre dos fuerzas enormes que algún día deberán medirse de forma mucho más contundente si se quiere pensar que esos otros deseos puedan realizarse de manera activa y no a la contra, ¿nos aboca esto a una lucha de clases violenta?

Pienso que la lucha armada hoy no es posible. Y no lo es porque la correlación de fuerzas militares se ha resuelto en favor del capital de manera incontestable. No veo posible plantearse una vía militar de resolución de este conflicto.

Pero por otro lado está el problema de la violencia, que no es el mismo. El problema de la violencia es el de los policías disparando a los ojos de los jóvenes que se manifiestan pidiendo democracia en Chile, o el problema de la desposesión general del campesinado, o el problema de la violencia patriarcal. Ahí si tenemos un problema de violencia. Por eso sí que rescato el problema de la violencia como un problema de los movimientos sociales y no me parece igual que el de la lucha armada.

Yo distinguiría entre redes sociales que sean capaces de contener la violencia, de neutralizarla, y diría que son muy necesarias, muy importantes. Una es la lucha democrática y la otra la lucha social. Y no pueden separarse. Mira el golpe de estado en Bolivia o el caso de Lula en Brasil. Ambas se dan juntas. Por tanto, el tema de la violencia es muy importante, pero desde la ética comunitaria de la contraviolencia que no se parece en nada a la política terrorista.

El problema aquí es que no sabemos como vamos a relacionar contraviolencia, lucha democrática y creación de institucionalidad. Toda rebelión no le habla al presente sino a la generación futura, así que habría que decodificar, como diría Benjamin, qué nos dicen las desobediencias del pasado. Y a ello sumarle cómo comprender qué rebeliones que se dan en contextos distintos pueden servirnos para nuestra lucha en el presente.

Aquí tenemos un problema político importante que es como se enebra el problema democrático. Con el añadido de que la institucionalidad de América Latina está fracturada respecto a los mecanismos de la sensibilización.

Sin embargo, en algún momento se debería poder aspirar a institucionalizar esos modos alternativos de vida. ¿Tú crees que las instituciones políticas tradicionales, tal y como están diseñadas, están preparadas para asumir los principios que plantean esas tres matrices de las que hablas?

Mira, cuando publiqué el libro lo primero que hice fue viajar a Chile y allí se ve perfectamente que la vieja estructura de los partidos políticos no sirve para hacer todo esto que estamos diciendo. Además, la izquierda en general tiene razonamientos que están son muy anacronicos con respecto a lo que los movimientos sociales empiezan a plantear.

Uno ve lo que pasó con Syriza, con Podemos, con los partidos de izquierda en América Latina y da la impresión que el concepto de lo político que manejan los actores políticos está retrasado respecto a un reverso de lo político en el cual maduran un conjunto de regularidades colectivas que están planteando una teoría política nueva. Habría que poner el foco ahí y no tanto tratar de revivir una y otra vez formas políticas que no tienen que ver ya con lo que estamos viviendo.

¿Tú que ves en ese reverso?

A mi me parece que si uno mira de frente ese reverso de lo político debería poder, en un esfuerzo sostenido, extraer las claves para nuevas instituciones. Por ejemplo, necesitamos que haya dinero y no haya deuda. ¿Como podemos coordinar formas de intercambio monetario que sirvan para ensamblar lo social sin que eso sea un mecanismo de desposesión? Pensemoslo. Necesitamos que haya un control sobre las fuerzas de seguridad en los barrios. Es fundamental cortar con el racismo por el cual la violencia se ejerce actualmente de manera totalmente arbitraria. Necesitamos reglas que surgen del descontento que hay en el reverso de lo político y visiones nuevas que nos ayuden a pensar reglas, instituciones, modos de existir, modos de vivir que limiten un poco la barbarie.

En tu libro haces una defensa del tumulto, de aquellos que viven en el reverso de lo político. Un pueblo tumultuoso es un pueblo activo, combativo, educado en una serie de valores que actualmente brillan por su ausencia. ¿Cómo es posible construir alternativas sostenibles si estamos siendo educados desde puntos de vista excluyentes?

Un pueblo tumultuoso nos ofrece el mapa del diseño de instituciones capaces de nuevos proyectos históricos. Si nosotros decimos que el capitalismo neoliberal hoy lo que hace es mantener separado economía de política, si lo que hace es apropiarse cada vez más de la gestión de producción de los modos de vida, si lo que hace es poner límites absolutos e infranqueables para sectores enteros para que la vida popular pueda acceder a conocimientos de vanguardia, lo que me parece que hay que producir son movimientos institucionales que hagan exactamente lo contrario: que produzcan un acceso abierto a tecnologías, a fuentes de conocimiento, a formas de cuidado, …

Hace falta reconocer todo el valor comunitario que produce la vida social y colectiva y acercarnos de manera lo más rápida posible una nueva infraestructura de conocimientos. Y esto es algo abrumadoramente necesario y me parece imposible de hacer si uno va a mantener separadas una micropolíticas románticas de unas macropolíticas realistas. Si uno mantiene esa diferencia artificial, lo político se subordina al mercado mundial, lo micro político se mantiene en una esfera muy pequeña y muy cerrada y egocéntrica y lo que habría que hacer en cambio es hacer que el tumulto que ya existe oriente a las instituciones a un nuevo realismo. Actualmente eso no existe y a la vez es una virtualidad del movimiento latinoamericano. No existe pero podría existir.

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