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Lit
En 'El país donde florece el limonero' (Acantilado) Helena Attlee investiga el mundo de los cítricos para reconstruir la historia de Italia
21 Julio 2017 06:00
La creencia de que la mafia es una secta, casi una religión de estructura masónica, está muy extendida. Como cualquier culto espiritual o como el mismo pueblo romano, la organización criminal italiana también cuenta con un mito fundacional.
La leyenda popular dice que los hermanos Osso, Mastrosso y Carcagnosso, miembros de la Hermandad de la Garduña —supuesta sociedad secreta criminal que existió en España entre el Siglo XV y el XIX—, tuvieron que huir de Toledo por una cuestión de honor.
El destino elegido fueron tres puntos diferentes de Italia: Calabria, Nápoles y Sicilia. El resultado de esta ramificación habría dado lugar a la ‘Ndrangheta, la Camorra y la Cosa Nostra, las tres principales patas de la mafia italiana.
Igual que los cronistas medievales escribían sobre hechos que no presenciaron, la tradición popular ha hecho lo mismo con la mafia. A pesar de ser de reciente creación —se calcula que la mafia aparece en Sicilia alrededor de 1860—, resulta lógica esta búsqueda de orígenes en la ficción: durante sus primeros años, las noticias que llegaban a la península eran demasiado difusas.
De hecho, ni siquiera se sabía si se escribía con una "f" o con dos. De ahí que no sorprenda que no hayan faltado las incursiones literarias que tratan encontrar un origen plausible.
Una de ellas dice que la mafia nace como una sociedad de caballeros, casi como una formación de paladines justicieros reunidos para combatir las troplelías de los poderosos. Para hacer cumplir la ley en aquellos sitios donde el Estado había renunciado a hacerlo. Con el tiempo, su lucha se habría pervertido hasta llegar a consolidarse como organización criminal.
Otra teoría hace referencia a la época feudal, donde eran clave los recaudadores de impuestos, llamados Gabelloti: mediadores entre propietarios y campesinos que habrían ido cobrando impuestos hasta, progresivamente, hacerse poderosos.
En Los Hijos, el escritor Gay Talese cuenta una cuarta posibilidad, que le habría sido transmitida por su padre: la mafia tendría su origen en el siglo XIII, en la resistencia revolucionaria contra un déspota exranjero, el tiránico Carlos de Anjou.
A pesar de que se adelanta más de 600 años, las ideas del padre de Talese no se alejan de las de John Dickie, académico británico especializado en Italia y uno de los primeros autores en sacar a la mafia del terreno del mito para llevarlo al de la historia.
Dickie escribió Cosa Nostra: Historia de la mafia siciliana, libro en el que afirma que las mafias son tan antiguas como Italia, que nacieron fruto de la violencia política durante la unificación en 1860. Serían, pues, el resultado de la alianza de los insurrectos.
Y cabe destacar que, en Sicilia, aquellos que apoyaron a los insurrectos de Garibaldi eran seres influyentes en la región: agricultores que habían hecho dinero de la mano del negocio de los cítricos.
Esa misma madeja, la de los cítricos, ha sido desenmarañada por Helena Attlee, experta en jardines que en su primera visita a Italia, como Guy de Maupassant, quedó prendada del paisaje italiano.
Lo ha hecho en un libro brillante, que es una mezcla de recetario, ensayo y crónica de viajes, llamado El país donde florece el limonero. La historia de Italia y sus cítricos. Concretamente, en un capítulo dedicado a la costa oeste de Sicilia, donde Attlee explora la importancia sociológica, cultural e histórica de limones, mandarinas y naranjas. Una importancia que nace en el siglo X con la ocupación árabe: ellos trajeron limoneros, mandarinos y naranjos.
La escritora inglesa introduce el tema: “es una hermosa vista y, sin embargo, durante el siglo XIX tuvieron lugar aquí, en este precioso escenario de verdor, algunos hechos siniestros y desagradables”.
Attlee habla de la visita a Sicilia de dos académicos —Leopoldo Franchetti y Sidney Sonnino— en 1876. Tras recibir vagas informaciones sobre las actividades criminales de la mafia, Franchetti y Sonnino fueron a la Conca D’Oro para verificar los rumores: "la violencia se ejercía abierta, tranquila y regularmente como parte del curso normal de los acontecimientos".
Entre algunas de las anécdotas reflejadas en el informe, Attlee destaca la siguiente: “es entonces cuando escuchará que al guarda limonar le dispararon desde atrás de un muro porque su propietario le había dado el trabajo a él en lugar de a la persona elegida por la mafia”.
Los agricultores se habían convertido en señores de la guerra. Porque, igual que el conflicto armado puede ser una fuente de ingresos para determinadas personas, el negocio de los cítricos era la actividad agrícola más próspera de Europa en el siglo XIX.
Viendo en el azahar una gallina de huevos de oro, se sucedieron los aspirantes a nuevos ricos que invirtieron sus ahorros en terrenos cercanos a Palermo buscando la prosperidad económica. Pero la sorpresa con la que se encontraron fue con que Sicilia sólo aportaba el clima.
El resto del precio tenía que correr de la cuenta del inversor: el terreno, pedregoso, precisaba de una reparación; era necesario buscar acuíferos para asegurar el mantenimiento del árbol; los limoneros tardan tres años en crecer y otros ocho en producir una cantidad que proporcione réditos; existía cierto temor hacia los maleantes y había que construir muros para hacer de los bancales terrenos inexpugnables.
Una inversión, en definitiva, inasumible.
Y es aquí donde aparece la figura del padrino, la patraña de la protección y la necesidad creada de ambas ideas: la mafia.
Los terratenientes que llevaban varios años en el mundillo, aliados entre ellos —establecieron matrimonios entre hijos para ampliar su poder—, dieron seguridad a través de la protección de los intereses de sus nuevos vecinos: proporcionaban vigilantes, trabajadores y guardas armados.
Además, aseguraban el recorrido del producto de principio a fin: eran ellos quienes plantaban el árbol y tambien quienes metían el limón en el carguero.
La protección, por supuesto, duraba lo que querían los terratenientes que durase: si por un casual los propietarios decidían prescindir de sus servicios o, lo que es lo mismo, dejar de pagar el pizzo, era muy probable que en un plazo corto de tiempo sus árboles fueran destrozados.
Los tocones de los limoneros como metáfora perfecta de la cabeza de caballo de El Padrino.
Y es que, como Vito Corleone, los primeros mafiosos estadounidenses llegaron de Sicilia. Y, es más, llegaron del negocio de la fruta: los primeros sucesos vinculados a la Cosa Nostra en Estados Unidos datan de finales de Siglo XIX y se relacionan con comerciantes de fruta sicilianos que fueron detenidos.
Los limones —y las mandarinas posteriormente— fueron para la Cosa Nostra la puerta de entrada a la criminalidad, la primera herramienta con la que experimentar para luego desarrollar distintos y complejos mecanismos de extorsión y especulación.
Porque, igual que la canción popular inglesa que dice que por un clavo se perdió un reino, en Italia, por una semilla se creó la mayor organización criminal del mundo.
Por una semilla, como dijo Franchetti tras visitar Italia en 1876: “el perfume de las flores de azahar empieza a oler a cadáver”.
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