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Barcelona, año cero.
02 Octubre 2017 06:00
La acera se escucha desde primera hora. Aún no la calle, sino la acera. Desde muy temprano se funden dos sonidos, confundiéndose: uno es el traquetear de las maletas turísticas que caben en los compartimentos de las líneas low cost. Ese sonido es el de la acera. El otro es un helicóptero o dos. Ese es el sonido del aire.
La cosa va de sonidos, sí. Barcelona parece gris y desierta, pero ya a las ocho de la mañana hay muchas colas. Se oyen sirenas, repiquetea la lluvia, y todo lo que te puedes imaginar sobre una ciudad en acción sucede cerca de ti. Colegios, urnas, pelotas de goma. Esa es la realidad de la actualidad, y sin embargo, las calles están desiertas, por citar al estadista, “salvo alguna cosa”. Esto cambiará a lo largo del día, y solamente una permanecerá, como siempre, inquietantemente inalterable: en el ojo del huracán nunca hay ruido. El ojo del huracán es siempre anormalmente normal.
En todo silencio también hay alguien que pierde. A primera hora, el silencio más ensordecedor es el de quien no habla. Barcelona parece gris y la tensión es más que evidente. El foco de la acción parecerá centrarse desde el inicio en los colegios de la jornada electoral-no electoral más atípica que vivirá Catalunya, y en medio de todo eso, Barcelona es sus colegios.
En medio de todo esto, también está Ciutat Meridiana: este lugar en la Zona Nord de Nou Barris encabezaba recientemente un año más el 'ránking' de barrios con una renta familiar más baja de la ciudad, y el barrio con menos renta de la capital catalana. En Ciutat Meridiana sufren entre cuatro y cinco desahucios por semana. En las últimas elecciones generales, los socialistas lograron más del 30% de los votos.
El tránsito hasta aquí evidencia que quien lo habita no necesariamente tiene derecho a voto: desde Trinitat Nova a Ciutat Meridiana el paisaje deja de tener turistas y pasa a tener trabajadores migrantes con cara de sueño. A media mañana, quien está en el metro de camino a Ciutat Meridiana es porque vuelve de trabajar en precario en horario nocturno. Hablo con Sarim, un chico senegalés que trabaja lavando platos en un hotel cerca de la plaza Sant Jaume y comparte piso con seis personas más. A su lado, Ihram, me sonríe. Es de Pakistán y trabaja como imán.
—¿A qué vas a Ciutat Meridiana? El helicóptero está encima de Marina.
Ciutat Meridiana: Samaranch y la rojigualda
Ciutat Meridiana se convirtió en los ochenta en el ejemplo de lo que se calificó como un intento de "dignificación” de los barrios populares barceloneses. Aquí se recuerda lo anterior: los estragos de la heroína, la organización de los movimientos vecinales profundamente de izquierdas, y los autobuses que en los setenta secuestraban para poder tener transporte en un espacio que se construyó a espaldas de la ciudad con una única intención: enriquecerse. Lo evidencia su falta de servicios: el plan original no contaba nada más que los bloques de viviendas en sus 33 hectáreas. Ni escuelas, ni mercado, ni ambulatorio, ni transportes públicos para sus diez mil habitantes.
El presidente de la constructora del barrio fue el político franquista Joan Antoni Samaranch, que llenó la hucha y más adelante blanquearía su imagen como presidente del Comité Olímpico Internacional.
A día de hoy, es el espacio de bloques que mira a una pared en forma de montaña. No hay tiendas, ni parques, sí una iglesia. Las señoras esperan un autobús porque es imposible caminar sus cuestas mientras hablan de sus gatos y del dolor de cadera y esperan también una operación que tardará mucho más por los recortes sanitarios.
Hay quien comienza a cocinar. Huele a caldo de pollo mientras una niña juega en un parque con su padre. Es una excepción: bajo el cielo de color amianto la población envejece o se va. Pese a ser el barrio más joven de Barcelona, en la última década ha perdido un 10% de su población.
Camino por las calles desiertas y comienza a llover. Tengo que seguir a lo que me había propuesto hacer en la jornada del 1-O: un recorrido por los emblemas de un PSC diluido. Forum de les Cultures, Vil.la Olímpica, e incluso el MACBA me esperan.
Pero es en Ciutat Meridiana donde me ocurrirá lo importante: mientras camino y saco fotos, aparece un tipo con la bandera rojigualda a modo de capa. Va solo, decidido, hacia algún sitio. Viene de la manifestación convocada en el centro por Democracia Nacional en ese mismo momento. Le miro, él no me ve. Salvo el padre y la niña y las señoras esperando el autobús a lo lejos, no hay nadie más. O eso creo.
De repente, un coche que no oigo se detiene en seco delante de mí. Un chico joven, apenas veinteañero, baja la ventanilla.
—¿Qué haces? —me grita.
—Nada.
—Te he dicho que qué haces. ¿Estás siguiendo a mi colega?
—No, no.
Estoy sola, pienso. No hay nadie más en la calle. Las señoras están muy lejos. La niña no me oirá.
—Pues pírate.
MACBA, Vil.la Olímpica, Eixample Dret.
Pues pírate.
Barcelona, año cero. El metro ligero llegó a Ciutat Meridiana en 2002. Ya en el vagón, una turista perdida me pregunta por un hostal. Las ruedas de su maleta se confunden con el helicóptero que sigue en Marina.
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