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Al constatar que los adultos han abdicado de serlo, los jóvenes activistas que ocupan las calles del planeta representan la primera gran adaptación a la emergencia climática
Eliane Brum
27 Septiembre 2019 12:40
Esta historia fue publicada originalmente en El País Semanal. Se republica aquí en el marco de la participación de PlayGround en Covering Climate Now, una colaboración global de más de 300 medios de comunicación para fortalecer la cobertura de la crisis climática.
“Nuestra casa está en llamas. Quiero que entréis en pánico”. Cuando Greta Thunberg dice frases como estas a los adultos, anuncia la mayor inflexión histórica que ha producido una generación. Por primera vez en la trayectoria humana, las crías cuidan del mundo que los especímenes adultos han destruido y siguen destruyendo. Es una inversión del funcionamiento no solo de nuestra especie, sino de cualquiera. El cambio responde a algo igualmente grandioso. La emergencia climática es la mayor amenaza que haya vivido la humanidad en toda su historia. Cuando oímos el grito de Greta y de los millones de jóvenes a quienes inspira, un grito que resuena en diferentes lenguas y geografías, este es el orden de magnitud de lo que presenciamos. Escuchar es imperativo.
En pocos meses, Greta se convirtió en una de las personas más influyentes del planeta. Tenía 15 años cuando, en agosto de 2018, decidió saltarse las clases para plantarse ante el Parlamento sueco: “Estoy haciendo esto porque a vosotros, adultos, os importa una mierda mi futuro”. ¿De qué sirve ir a la escuela si no habrá mañana? La pregunta, que a muchos les parecía insolente, era justa. Más que justa: expresaba una lucidez que la sociedad no esperaba de niños y adolescentes. Enseguida, Greta ya no estaba sola. El movimiento Fridays for Future empezó a llevar todas las semanas a miles de estudiantes a la calle, en huelga por el clima. En marzo de 2019, la primera huelga global llevó a 1,5 millones de adolescentes a las calles del mundo. Y después vinieron otras. Hoy, hay millones de Gretas, desde la Amazonia hasta Siberia, desde Sídney hasta Nueva York.
De repente, los niños y adolescentes se han dado cuenta de que su mundo está gobernado por adultos como Donald Trump (y Recep Erdogan, Viktor Orbán, Rodrigo Duterte…). Para empeorar el escenario global, Brasil, el país con el 60% de la Amazonia, una selva estratégica para regular el clima del planeta, empezó a gobernarlo el populista de extrema derecha Jair Bolsonaro, un hombre que defiende que el calentamiento global es un “complot marxista”.
Si estos son los adultos que controlan el mundo en que vives y vivirás, y si estás mentalmente sano, basta tener una inteligencia media para entrar en pánico de inmediato. Entonces miras dentro de casa, la que está hecha de paredes, y ves que tus padres están ocupados con urgencias más triviales, como pagar las cuentas del mes, o intentando concluir si el móvil más avanzado es el de Huawei, Apple o Samsung.
Los niños y adolescentes de la Generación Greta se han dado cuenta de lo obvio. Su casa se está quemando —la Amazonia en llamas desde agosto ha literalizado esta imagen— y sus padres y gobernantes siguen viviendo como si no pasara nada. Al contrario, cuando el planeta más necesita políticas públicas y alianzas globales por el clima, los adultos se muestran lo suficientemente estúpidos como para elegir a representantes del nacionalismo más abyecto, que niegan el sobrecalentamiento global en nombre de intereses inmediatos.
Al constatar que los adultos han abdicado de ser adultos, los adolescentes han asumido la tarea de cuidar del mundo. Es lo que afirmó Greta el pasado diciembre, en Polonia, durante la Cumbre del Clima: “Ya que nuestros líderes se comportan como niños, tendremos que asumir la responsabilidad que ellos deberían haber asumido hace mucho tiempo”. A la vez, los jóvenes líderes son lo suficientemente inteligentes como para entender que el voluntarismo no basta, hace falta ocupar espacio político y debatir con los adultos que tienen el poder de hacer políticas públicas. Esta es otra novedad de la generación climática: son niños y adolescentes, pero no son ingenuos.
En cada intervención pública, Greta Thunberg ha demostrado tener la lucidez que —por oportunismo, más que por incompetencia— falta en el mundo de los adultos. Como cuando se dirigió al selecto público multimillonario del Foro de Davos: “Algunas personas, algunas empresas, algunos tomadores de decisiones en particular saben exactamente qué valores inestimables se han sacrificado para seguir ganando cuantías inimaginables de dinero. Y creo que muchos de ustedes que están hoy aquí pertenecen a este grupo de personas”.
Es fascinante intentar entender qué efectos tendrá esta inversión radical de lo que es ser adulto y lo que es ser niño. No es una inversión evolutiva, que ha tardado siglos o milenios en consumarse, sino un corte brutal. La generación anterior a la de Greta es justamente la más consumista y mimada de los países ricos o de la parte rica de los países pobres. Quienes hoy tienen unos 30 o 40 años se criaron en el imperativo del consumo y de la satisfacción inmediata, y muchos se niegan a convertirse en adultos porque eso significa aceptar límites. Formados en la lógica capitalista de que libertad es poder hacer cualquier cosa, que darse todos los placeres es un derecho básico, creen que el planeta cabe en su ombligo.
Y entonces, unas chicas con trenzas les meten el dedo en la cara y les dicen: “¡Creced!”. Estos adolescentes de cara redonda, algunos con espinillas, condenan el gran objeto de consumo del siglo XX, el coche, y también el avión. Van en bicicleta y utilizan el transporte público. Condenan la industria de los combustibles fósiles, y las corporaciones hacen que sus cabilderos difundan noticias falsas contra ellos. Condenan el consumo de carne, y no solo la industria se siente amenazada, también toda la constelación de chefs estrellados. Dicen que es mejor no comprar ropa y otros objetos, sino intercambiarlos y reciclarlos, y ponen en jaque a la industria de la moda. Y lo hacen rápido porque la velocidad también ha cambiado.
La Generación Greta propone una transformación radical en la experiencia del tiempo. Por un lado, ya no hay tiempo. Según los científicos, tenemos poco más de una década para tomar las medidas capaces de contener el sobrecalentamiento global y mantener el aumento de la temperatura en el límite de 1,5 grados centígrados. Si se supera este límite, desaparecerán del planeta maravillas como los corales y millones de personas estarán condenados a la miseria y el hambre, sin contar el contingente que ya sufre privaciones extremas.
Lo que hoy está en juego es si la Tierra será muy en breve un planeta malo o francamente hostil para la especie humana. Los jóvenes activistas saben que hay una enorme diferencia entre lo malo y lo hostil. Pero ¿cómo convencer a los adultos y a los tomadores de decisiones, si parece que vivan como si no hubiera un mañana y, como viven así, quizá no lo haya? ¿Cómo convencer a los que agotan los recursos en nombre del gozo inmediato de que el mañana está justo ahí y será malo para todos, aunque mucho peor para los que menos han contribuido al agotamiento del planeta?
La Generación Greta propone responder a la emergencia climática con una vivencia diferente del tiempo y espacio. “Quedaos en tierra”, les dicen a los adultos, al afirmar que el uso de aviones debe restringirse a urgencias reales. Para dar ejemplo, Greta ha viajado en velero a Estados Unidos, donde participará en la Cumbre de la ONU. Otros líderes europeos de la juventud climática, como las belgas Anuna de Wever y Adélaïde Charlier, acompañadas por dos docenas de activistas, emprenderán un viaje que durará semanas, navegando a vela hacia la Cumbre del Clima, en Chile.
La imagen es fuerte. En lugar de colonizar Latinoamérica con esta versión contemporánea de las carabelas, las adolescentes defienden con su gesto la descolonización de Europa (y Estados Unidos) y de las mentes que viven para consumir también el tiempo. Entre un país y otro, ya no puede haber solo un salto. Tiene que vivirse la jornada y comprender la distancia con el cuerpo. Tiene que producirse localmente y consumir localmente. Sin venenos ni transgénicos. Lo superfluo ya no es necesario, como la publicidad nos ha ido infiltrando en las últimas décadas. No es una elección, señalan. El tiempo de elegir entre lo bueno y lo mejor ha terminado. Es esto, o la catástrofe será todavía mayor.
Basta que cada uno observe su propia rutina para entender el tamaño de la herida narcisista que la Generación Greta está abriendo en el cuerpo de sus padres y hermanos mayores. La truculencia —que se produce tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda— contra los activistas adolescentes es proporcional a los poderosos intereses a los que afecta y al tamaño del cambio de hábitos que piden a las personas que siempre se han considerado defensoras del medio ambiente, creyendo que bastaba reciclar la basura para ser una “persona de bien”.
Los adultos suelen decir a las chicas del clima: “Me dais esperanza”. Y Greta y otras líderes responden: “No quiero vuestra esperanza. Yo no tengo esperanza. Quiero que sintáis el miedo que siento todos los días”. No es solo una forma de expresarse. Están bien informadas y saben que, con los gobernantes que tenemos, la cuenta atrás está contra la humanidad. Es probable que el planeta se caliente tres, cuatro y hasta cinco grados. A no ser que la población global se subleve. Lo que presenciamos es la adaptación humana más vital a la emergencia climática: una generación que prescinde de la esperanza exactamente para ser capaz de romper la parálisis y luchar. Renunciar a la esperanza, pero no a la alegría de luchar juntos. Es la potencia de la Generación Greta.
Los jóvenes activistas del clima reflejan el momento histórico y anticipan el futuro. Hay chicos, claro. Pero basta observar los movimientos para darse cuenta de que los principales líderes son chicas. Aunque el rostro de muñeca de souvenir de Greta sea la cara de esta generación, en cada país hay líderes con discursos inspiradores y actuaciones fuertes. Además del protagonismo femenino, cada una de estas mujeres contribuye a la lucha con particularidades importantes. Greta anuncia su condición de Asperger. No como una enfermedad, sino como una diferencia, un “superpoder” cuya fijación y capacidad de concentración han sido determinantes para la lucha climática. La belga Anuna de Wever se declara “de género fluido”. Y defiende que esa condición le permite buscar otras posibilidades de ser y estar en el mundo, sin aferrarse a los dogmas de lo que se impone como “normalidad”. Estas líderes aportan a la lucha por el planeta la posibilidad de ver las diferencias como una fuerza, un activo positivo ante los desafíos de la emergencia climática.
En este mundo de muros, alambradas y fronteras armadas, la mayor insubordinación del mensaje de esta generación es el llamamiento a ser capaces de hacer una comunidad global por nuestra casa común. Es su rechazo a doblegarse a las órdenes de Trump, Bolsonaro y otros déspotas. Lo mejor que podemos hacer, nosotros, adultos imperfectos e incapaces de enfrentar los desafíos de este momento histórico, es ponernos radicalmente de su lado.
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