PlayGround utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de navegación. Si sigues navegando entendemos que aceptas nuestra política de cookies.

C
left
left
Artículo ¿Es realista mantener una política de fronteras abiertas? Now

Now

¿Es realista mantener una política de fronteras abiertas?

H

Getty
 

Las fronteras del Estado-nación están recuperado su antiguo valor como garantes de la soberanía nacional. Analizamos los 5 argumentos preferidos de sus defensores

Margaryta Yakovenko , Eudald Espluga

En todo el mundo, el auge de la ultraderecha se ha cimentado sobre un agresivo discurso contra la inmigración. Hoy ya no encontramos discursos racistas que pongan la biología en el centro, sino que la xenofobia de los "nazis de corbata" se blanquea como preocupación por la seguridad y la escasez de recursos. Se trata de un relato antiinmigración que ha sido apuntalado por un repunte del nacionalismo: las fronteras del Estado-nación están recuperado su antiguo valor simbólico como garantes de la soberanía nacional.

Son muchos los ejemplos de este retorno: Salvini cerrando los puertos italianos a los 629 refugiados que viajaban en el Acuarius; Donald Trump encerrando a niños mexicanos en jaulas; o las "devoluciones en caliente" en la frontera entre España y Marruecos.

Lo más preocupante es que estos discursos no son una excepción. Además de ganar elecciones, como acaba de hacer Bolsonaro en Brasil, la extrema derecha está marcando la agenda política internacional hasta el punto que algunos partidos de izquierdas están aceptando su marco mental.

Tenemos el ejemplo del movimiento alemán Aufstehen, que poniendo las fronteras en el centro del discurso, rechaza una política de puertas abiertas porque esto significaría "mayor competitividad por malos salarios"; o el de la "izquierda rojiparda" en España, cuyo giro nacional-obrerista se refleja en el Dectro Dignidad de Salvini y en las estrategias para positivizar el racismo que ha estado utilizando el Frente Nacional.

El discurso antiinmigración ha dado ahora un paso más allá: ya no presenta al inmigrante como un peligro, sino como una víctima, y justifica su rechazo a una política de puertas abiertas basándose en un argumento de justicia para con el migrante. Es la postura que recientemente ha defendido para EEUU el periodista conservador Reinhan Salam —él mismo hijo de inmigrantes—, cuyos seductores argumentos suponen un desafío para cualquier argumentación de izquierdas que: 1) pretenda defender un mundo sin fronteras; y 2) no quiera hacerlo desde una posición anarcocapitalista.

¿Es realista una política de fronteras abiertas? Contestamos a los argumentos de Salam y desmontamos algunos mitos que ayudan a blanquear el discurso antiinmigración.

1."El riesgo de admitir a muchas personas es la creación de una subclase permanente de personas aisladas de la sociedad, atrapadas en ocupaciones mal pagadas que, en algunos casos, dependerán del estado del bienestar para sobrevivir".

Afirmar que la inmigración contribuye a una creciente desigualdad, cuyas principales víctimas son los propios migrantes, no es un argumento contra la política de fronteras abiertas, sino una reivindicación en favor de una mayor distribución de la riqueza dentro de las propias fronteras.

Si la migración hace que el PIB de los países suba, de hecho nuestro mundo sería 78 billones de dólares más rico si no hubiera fronteras, más que defender una posición proteccionista lo que se debería demandar es un modelo fiscal que contribuyera a reducir una desigualdad que, de hecho, no está originada por las migraciones.

Al no disponer de papeles legales, los inmigrantes acaban trabajando en una economía sumergida donde, aquí sí, los salarios son más bajos y no se pagan impuestos

La idea de que el acceso de los inmigrantes al mercado laboral reducirá los salarios de los nativos —que es lo que defienden, por ejemplo, desde el movimiento alemán Aufstehen es equivalente a decir que el acceso de las mujeres en el mercado laboral reduce el salario de los hombres, algo que ya hemos visto que no ha sucedido. Los motivos de la desigualdad, como en el caso de las mujeres, deben buscarse en otra parte: al no disponer de papeles legales, los inmigrantes acaban trabajando en una economía sumergida donde, aquí sí, los salarios son más bajos y no se pagan impuestos —algo que, al final, perjudica a la economía del país—.

Además, discutir la realidad de las personas migrantes tratándolos solo como fuerza productiva, nos hace olvida que no sólo son trabajadores, sino también consumidores, por lo que se produce un retorno del capital.

2. "Implica perpetuar una situación de injusticia que no arregla el problema real"

Se trata de un argumento fallido desde una perspectiva moral. En él se defiende una premisa de justicia: no debemos adoptar una política de fronteras abiertas porque implica perpetuar una situación desigual e injusta.

Pero ese razonamiento es erróneo porque habla de la justicia en dos escalas distintas. Se utiliza el marco mental del Estado-nación —y las relaciones de poder no equitativas que se establecen entre sus ciudadanos— para justificar un cierre de fronteras que, de hecho, no atañe a un problema de justicia interna, sino de justicia global. En otras palabras: si lo que queremos es que las personas migrantes estén lo mejor posible bloquear el flujo migratorio no puede ser la respuesta.

Bloquear el flujo también implica olvidar que la violencia es un elemento fundamental en muchos procesos migratorios —ya sea violencia terrorista, bélica o económica— o, por lo menos, equiparar situaciones de dominación desiguales —vivir en un estado fascista con depender de las ayudas sociales—. Así, en este argumento no sólo se confunden dos escalas de justicia, sino que además se utiliza la reclamación redistributiva para evitar comprometerse con una ética de mínimos: no causar daño y evitar tanto la crueldad como el miedo.

3.“Qatar tiene una política sin fronteras; el 94% de su fuerza de trabajo es inmigrante”

Qatar no es precisamente un buen ejemplo de acogida de extranjeros. Tal y como dice la premisa de Salam, los inmigrantes que llegan a Qatar lo hacen en calidad de fuerza de trabajo. De yesistas de los rascacielos en medio del desierto de Doha o de los estadios de la FIFA de cara al Mundial de 2022. El país más rico del mundo es uno de los más pobres cuando sacamos el tema de los derechos humanos y de los trabajadores. La fuerza de trabajo inmigrante de Qatar es lo más parecido a los esclavos del siglo XXI. Los empleadores se quedan con los pasaportes de los obreros extranjeros para que no puedan volver a sus países, les pagan una miseria e incluso los trabajadores les tienen que pedir permiso para abandonar el país. Un programa de puertas abiertas para entrar pero no para salir. Para trabajar pero no para vivir, formar una familia o integrarse en la comunidad.

Justo en el lado opuesto a Qatar está el caso de Canadá, el país con más personas nacidas en el extranjero del G7 y a la vez el séptimo país del mundo en el ranking de bienestar de la OCDE.

Porque, ¿podemos tildar de puertas abiertas a una política sin fronteras que busca mano de obra barata? Lo cierto es que el concepto de puertas abiertas es más amplio. No solo se trata de cruzar una frontera sin tener que saltar una valla de 3 metros, también es una política de integración y acogida. Conlleva una política de igualdad de oportunidades y acceso al sistema social en igualdad de condiciones. Que la sanidad, educación y condiciones laborales dignas te sean garantizadas de acuerdo a tu condición de persona y no limitados por una ciudadanía ligada a la nacionalidad.

Justo en el lado opuesto a Qatar está el caso de Canadá, el país con más personas nacidas en el extranjero del G7 y a la vez el séptimo país del mundo en el ranking de bienestar de la OCDE. ¿Cómo se explica que teniendo más de un 20% de población extranjera a Canadá le vaya tan bien en las encuestas de felicidad? Con una política migratoria donde el multiculturalismo es una política de Estado. El estado de bienestar canadiense no está solo limitado a los nacionales, la residencia te da de facto casi los mismos derechos que tienen los canadienses. El Estado no quiere trabajadores temporales y mal pagados, quiere ciudadanos y en esa búsqueda asume cada año un cuarto de millón de inmigrantes y sigue siendo una de las siete mayores potencias del mundo.

4. "La inmigración pone en peligro el estado del bienestar"

Otro argumento que consiste en afirmar que la apertura de fronteras tiene consecuencias indeseables para todos los implicados, ya que la inmigración podría romper el único mecanismo de redistribución mínimamente funcional que tenemos: el estado del bienestar.

Una revisión y análisis de los hechos y datos pasados parece desmentir la idea de que una apertura de fronteras desbordaría el estado del bienestar hasta el punto de amenazar su continuidad.

De hecho, los datos tampoco corroboran otro de los tópicos que se subyace a este argumento: el efecto llamada.

Para el caso de España, hay estudios que señalan "que la población inmigrante es contribuyente neta al sistema de bienestar, aportando significativamente más de lo que recibe”. Asimismo, se ha demostrado que el hecho de que la mayoría de los trabajadores inmigrantes sean jóvenes hace, por un lado, que no recurran tanto a los servicios de prestaciones ni al servicio sanitario y, por el otro, que mejoren la sostenibilidad del sistema de pensiones.

De hecho, los datos tampoco corroboran otro de los tópicos que se subyace a este argumento: el efecto llamada. El estado del bienestar no sirve de imán, ni genera más inmigración: el estado del bienestar de EEUU —que es justamente del que habla Salah— deja bastante que desear, al menos si lo comparamos con el de países como Suecia. Sin embargo, EEUU recibe muchos más inmigrantes que los países que sí tienen un sistema de ayudas potente. Esta misma situación se repite en Europa: a pesar de que España tiene un estado del bienestar significativamente peor que el de otros países de la UE, sigue siendo uno de los principales receptores de personas migrantes.

5. “Las fronteras sirven para impedir que los criminales entren en el país”

Para contrastar con este argumento, que pretende justificar que la existencia de fronteras no es moralmente arbitraria, bastan solo algunos datos: la tasa de encarcelamiento para los nacidos en EEUU es del 3,15% y para los nacidos en el extranjero es del 0,86%. Estas estadísticas han sido recopiladas por el Migration Policy Institute y refuerzan dos ideas: la primera es que no todos los migrantes son criminales como le gusta creer a Trump y la segunda es que también entre los inmigrantes hay criminales. En Alemania, la policía reveló hace unos años que los crímenes cometidos por los refugiados están al mismo nivel que el de los alemanes nativos. Es un error asumir que los extranjeros delinquen más como también es un error recubrir la figura del migrante de un aura pseudosacra en la que no cabe la criminalidad ni los actos moralmente objetables.

Por otro lado, para lo que verdaderamente sirven las fronteras es para hacer el viaje migratorio más peligroso y difícil pero no para hacer a alguien dispuesto a migrar cambiar de opinión. No hay más que ver la actual caravana de migrantes centroamericanos que se dirigen en este momento a la frontera de EEUU: saben que les están esperando miles de militares armados que les doblan en número pero aún así siguen dirigiéndose a pie, durante semanas, a lo que creen que será una vida mucho mejor que lo que dejan a sus espaldas.

share