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Opinion No eres cobarde si no denuncias una violación. Lo sé porque yo sí lo hice Now

No eres cobarde si no denuncias una violación. Lo sé porque yo sí lo hice

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No eres cobarde si no denuncias una violación. Lo sé porque yo sí lo hice

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El proceso de denuncia es tan traumático como el abuso. La situación de cada mujer es diferente. No te sientas menos que nadie si no te atreviste a denunciar tu violación

Cuando a mí me pasó lo que me pasó no quise decir en el trabajo que tenía la gripe, ni que me abuela estaba enferma, ni alguna otra mentira mucho más cómoda de decir y de escuchar que lo que había pasado. Yo no estaba enferma ni enterrando a nadie: yo había sufrido un abuso sexual, y por muy en shock que estuviera todavía aquel lunes, sabía que si mentía sobre ello me estaba diciendo a mí misma que tenía algo de lo que avergonzarme. Y no podía hacerme eso.

Una compañera me cogió de la mano y me acompañó al Instituto de la Mujer. Cada hora sin ir al hospital era una hora en mi contra, pero no capaz de dar un paso más allá sin que una persona experta legalmente me confirmara lo que yo por dentro ya sabía. Necesitaba que alguien desde fuera validara lo que yo había vivido. Les expliqué todo tal y como pasó. Con detalles que me daban asco y vergüenza. Y llorando. Llorando como si se me hubiese roto algo por dentro porque, de hecho, era lo que había pasado: alguien me rompió.

Y me fastidia no poder hablar claramente de ese "alguien. Me jode que todavía haya demasiadas ocasiones en las que diga “lo que me pasó” cuando debería hablar de “lo que me hizo” o de “cuando abusó de mí”. Porque supongo que así, culpándose a una misma, es más fácil de hablar de ello. Más fácil aceptar todo el calvario que, como víctima, aún me quedaba por vivir.

Allí, en esa oficina, me llevé el primer palo. Ellas me animaban a denunciar, pero cuando me preguntaron por mi sueldo me llevé la primera mala noticia: cobrando más de 1.065 euros al mes no tengo derecho a un abogado de oficio. Él sí, claro: el tipo que me hizo llorar de dolor, el que me prometió que no me haría nada que yo no quisiera, el que después escuchar tantas veces, desde mi llanto, que yo no quería seguir con aquello volvió a tocarme y penetrarme. Ese tipo sí que tendría un abogado.

Todo el mundo te anima a denunciar. Es “lo que hay que hacer”. Eso es lo que se espera de una mujer “con los ovarios bien puestos”. Todo el mundo te empuja a denunciar, pero pocos saben lo que tienes por delante cuando denuncias. Nadie te habla de las 4 horas metida en el mismo cubículo minúsculo del hospital. De las inyecciones, las pastillas. De la frialdad de los que te atienden. De verte a ti misma, sola y desnuda, abierta de piernas mientras 5 desconocidos toman muestras de coño y de tu culo.

Si no encuentran ningún desgarro, se alegrarán por ti, porque lo que pasaste fue un poquito menos horrible que lo que han pasado otras, pero te están confirmando también que no tienes ninguna evidencia ante la ley de que esa persona te forzase a hacerlo. Y, sabemos como es la justicia: si te van a violar, si no te resistes con uñas y con dientes no tienes nada.

No eres nada.

Será que querías.

Será que te gustó.

En este último año, tras el juicio de La Manada, he leído mucho lo de que solo creen a las muertas, y creo que es tristemente verdad. Aunque a veces ni eso. Por eso nos hemos echado a la calle. Por eso he visto a tantas amigas mías romperse en pedazos. Todas las que llevaban años callando se han desmoronado a mi alrededor. No importa que no diga nombres. No importa que a todas lo nos haya ocurrido exactamente igual: esa chica, anónima o no, somos todas.

Cuando denuncias, además, tienes que tomar muchas decisiones en muy poco tiempo, mientras sigues en estado de shock. Si quieres tener alguna posibilidad de demostrar algo, los plazos son muy cortos. Una vez estás en el hospital y se activa el protocolo, el tiempo corre, y las respuestas tienen que ser ya. “¿Vas a querer denunciar? Si es así tienes que decidirlo ahora mismo para que llamemos al forense”. Si no hay forense, no hay pruebas. Si no hay pruebas, estás todavía más en bragas ante la ley. Pero tú allí, en esa caja de 3x3, estás sola y muerta de miedo. “¿Y qué hago? No sé qué hacer. Por favor, ¿qué hago?”.

Necesitamos que nos digas ya si quieres que venga el forense, sin él no tendrás pruebas, pero si dices que sí, esto legalmente arranca y luego no lo puedes parar”. Así que dije que sí. Y de ahí, a comisaría. Y en comisaría me derrumbé: “Si ese hombre te hizo aquello, ¿cómo es que pudiste mantener relaciones sexuales después?”.

Mi madre no quería que denunciara. Me lo dijo de camino al hospital, por teléfono. “No sabes donde te metes. No lo hagas”. Ella nunca dudó de mi palabra, pero pensaba que como madre no podía apoyarme en algo que me iba a hacer daño. “Te van a destrozar, Elena, te van a destrozar. Y estas cosas son muy largas, y yo solo quiero que puedas salir adelante con tu vida”. “Mamá, yo solo quiero que me apoyes en mi decisión, estoy intentando hacer lo correcto aunque sea el camino más difícil”. “Hija, yo como madre no puedo apoyarte en algo que sé que te va a hacer daño”.

Mi madre, que me quiere, no quería verme como a las chicas anónimas de la tele. Mi madre, que me cree, no quería ver cómo el sistema judicial me daba una paliza emocional peor que la que me dio aquel tipo de madrugada. La presión fue demasiada. No me sentía capaz de seguir adelante con ello si no contaba con el apoyo de mi madre, así que decidí ir a quitar la denuncia. Llegué a comisaría temblando, llorando. Bajaron dos agentes.

“Quiero quitar la denuncia”.

“Pues lo siento, pero no puedes. Esto es un delito semipúblico, ya está en los juzgados. Lo siento, pero no puedes”.

La idea de que me había jodido la vida por denunciar me había calado muy adentro, pero al poco tiempo me alegré de que las cosas fueran así. Yo denuncié bajo la sospecha de un juicio perdido. Sabiendo que me iba a enfrentar a un abogado que, con más o menos sutileza, iba a decirme que lo que me pasó me lo había buscado. Por puta. Por salir. Por beber. Por irme con él a casa.

Pero lo importante ahora no era ganar: denuncié para ayudar a la siguiente, porque probablemente el que me lo hizo se comportaría así cada fin de semana, y si otra mujer a la que le hiciera eso se atrevía a denunciar, mi denuncia, su expediente, jugarían a su favor. Denunciar era para mí ayudar otra mujer. A otras mujeres. A todas.

Denuncié porque a ninguna de nosotras deberían tocarnos cuando no queremos, y también lo hice entiendo perfectamente a las que no lo hicisteis y a las que, si algún día pasáis por esto, no lo haréis. No es fácil, y menos en días como hoy en los que vemos que la Audiencia de Navarra confirma la condena de 9 años por abusos y no por agresión a La Manada. Entiendo a las que no encuentren fuerzas, a las que tengan miedo, a las que no tengan en su entorno un apoyo suficiente.

Pero ni mucho menos estoy intentando promover que no se denuncie. No digo que no os atreváis nunca a hacerlo. Digo que si por lo que sea no queréis, no os sintáis como la mierda, no os sintáis menos que la que sí lo hizo. Estoy harta de que se miren los casos de abuso, agresión o acoso poniendo la lupa solo exactamente en lo que pasó: cada una tiene sus circunstancias y lo gestiona como buenamente puede. Reprocharle a una víctima que no denunció es, una vez más, poner el foco de la responsabilidad en ella. Como dice siempre Ana Bella, "eres una superviviente, y solo por eso tienes que sentirte orgullosa".

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