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Digámoslo sin tapujos: el Joker es de derechas

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La película más polémica del año refleja cómo podemos llegar a idolatrar a las peores figuras cuando no tenemos las neveras llenas

astrid otal

10 Octubre 2019 18:34

De ver Joker sales mal. Es ciertamente una película incómoda, con un Joaquin Phoenix brillante en la pantalla, a la que no le han faltado polémicas. La más destacada, incluso antes de estrenarse, fue la carta que los familiares del tiroteo masivo de Aurora (Colorado) enviaron a los estudios de la Warner Brothers para expresar su temor ante la posibilidad de que se repita un tiroteo en los cines como el que ocurrió durante la proyección de Batman en un centro comercial en 2012.

Desde esa masacre, existe la convicción de que la temática incita a la violencia, aunque durante el juicio por aquella matanza quedó bastante claro que no. Para el fiscal del caso, el tiroteo hubiera ocurrido en cualquier lugar y el asesino negó creerse el Joker.

Pero lejos de estos miedos inflados, la película nos está hablando, todo el rato, de otra cosa: el Joker es de derechas. O hilando más fino: que la revolución que surge de las calles de Gotham por el descontento de una ciudadanía ahogada por la crisis económica, mientras las élites políticas les llaman 'payasos', es de derechas.

Esta afirmación, que la lanzaba hace unos días el periodista Pedro Vallín, no busca solo provocar. La película muestra en la ficción detonantes que hemos visto realmente. El Joker es el mal dirigente que el pueblo escoge en una lucha que era noble: acabar con las élites que solo han traído miseria.

Gotham, ambientada a finales de los años 70 y principios de los 80, es una ciudad asolada por las ratas. Con huelgas de trabajadores debido a que sus condiciones están hiperprecarizadas. Hay una frase que repite varias veces la madre de Arthur Fleck (Joker) y que refleja la atadura a los poderosos. "Thomas Wayne, él nos ayudará. Él es un hombre bueno", le dice a su hijo.

Pero Wayne, para el que ella trabajó y sostiene que tuvieron una historia juntos, es arrogante. Vive en su burbuja de billonario. De mansiones y óperas cuando la gente tiene los frigoríficos vacíos. Wayne no ayuda, Wayne es el problema.

Este cambio de discurso sobre el padre de Batman no es el único giro de la película. También cambia cómo los espectadores miramos al Joker. O más bien a Arthur Fleck, la persona que hay antes del caricaturesco asesino.

El protagonista es un enfermo mental al que rara vez la gente saluda. Vemos cómo le pegan palizas en la calle y en el metro. La ilusión de Fleck es hacer reír a la gente, por eso su madre le apoda Happy, pero de vuelta solo recibe rechazo. Hay muchos momentos en los que el público siente una enorme simpatía por Arthur y es que cómo no. Nos hace responsables de cómo quebramos a las personas marginadas.

Es curioso que solo con su transformación en el Joker la sociedad le empieza a hacer caso. A integrar y a admirar. Le otorgan el estatus de líder y ahí ves que nada va a acabar bien.

En mitad de la desesperanza, la gente se refugia en un payaso criminal. En alguien que con su característico maquillaje y su pelo verde un día sale en televisión y dice sin medias tintas las verdades que sufre la gente. Lo conciben como el mejor candidato.

Por eso angustia tanto la obra que ha dirigido Todd Phillips. Porque resuena a la época que vivimos. Habla de que nos agarramos a las peores figuras y ninguna de ellas -ni Trump, ni la ultraderecha- mejorarán nuestras vidas.

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