Oh! Parece ser que estás usando adblocker y lo respetamos. Por eso podrás seguir disfrutando de nuestros contenidos sin problema pero quisiéramos pedirte que lo desactivaras para nuestro site. Ayúdanos a seguir adelante y a luchar por aquello en lo que creemos.
Culture
Felipe es un mexicano indocumentado en Brooklyn y el protagonista de ‘Ya me voy’, un documental que humaniza el fenómeno migratorio
25 Febrero 2020 18:37
Felipe Hernández despierta a las 4:00 am y sale a las calles de Brooklyn a buscar botellas reciclables en los botes de basura. Tras venderlas en un depósito, se va a trabajar como limpiador en una sinagoga. Cuando puede, ayuda a sus amigos en una tienda de productos mexicanos. Sus momentos familiares son al teléfono, con la esposa y los hijos que dejó en México hace 16 años.
Felipe es el protagonista de Ya me voy, un documental con estructura de ficción (pues no recurre al formato de entrevistas) que muestra el lado oscuro del llamado sueño americano: la soledad de quienes dejan su tierra y su gente en busca de una vida con menos carencias para todos.
El personaje vive un conflicto constante porque desea regresar, pero teme cambiar la estabilidad económica por el reencuentro con una familia que ya no conoce. Sus dudas aumentan cuando se enamora de una inmigrante mexicana indocumentada y sola, como él mismo.
La película, dirigida también por dos mexicanos en Brooklyn –Lindsey Cordero y Armando Croda–, llega a los cines comerciales de México el 28 de febrero, después de haber sido exhibida y premiada en festivales de cine como Morelia (FICM), Guanajuato (GIFF), Toronto (HotDocs), Nueva York (Doc NYC) y Ciudad de México (DocsMX).
Cordero y Croda conocieron a Felipe porque todos vivían en el mismo barrio, en Williamsburg, Brooklyn. Los cineastas cuentan que se acercaron a su paisano después de verlo muy seguido por las calles, con su sombrero de mariachi, cantando canciones populares y empujando su carrito lleno de botellas, como aparece en varias escenas.
Felipe comenzó a aprovechar las herramientas de sus nuevos amigos para mandar mensajes y canciones a sus familiares, en videos profesionales. Especialmente a César, su hijo menor, a quien dejó de ver siendo un bebé de ocho meses y que en ese entonces ya era un adolescente de pocas palabras que en las llamadas se negaba a decirle “papá”.
Los documentalistas notaron enseguida el carisma y la fotogenia de Felipe y le propusieron contar su historia. Pero él siempre tenía una buena razón para negarse. “Ya me voy”, respondía cada vez, aunque la fecha de su regreso a México parecía no llegar nunca. Cuando finalmente aceptó la propuesta, Cordero y Croda se plantearon la pregunta que iba a guiar su proceso de investigación: ¿Por qué Felipe no logra irse?
En Estados Unidos y con sus múltiples trabajos, Felipe puede ganar entre 100 y 150 dólares por día, mientras que en México, sus hijos adultos ganan entre 5 y 10 dólares diarios (el salario mínimo mexicano es de 6.5 dólares por jornada desde enero de 2020). El documental muestra al protagonista enviando dinero a su familia de forma constante, tanto, que él y la empleada de la empresa de envíos se saludan como viejos amigos.
El envío de remesas continúa siendo una de las mayores fuentes de divisas para México. En 2019, éstas alcanzaron su mayor nivel desde que se tiene registro, sumando más de 36 mil 48 millones de dólares (Banxico). Dichos ingresos superan al monto total de la Inversión Extranjera Directa (35 mil millones), de las exportaciones petroleras (26 mil millones) y de la actividad turística (22 mil millones), y solo están por debajo de las exportaciones automotrices (150 mil millones).
Con los envíos de Felipe, su familia logró construir una casa propia en Chalco (Estado de México), vivir más holgada y pagar sus deudas. A él, en pantalla, se le ve trabajando buena parte del tiempo, hablando con unos cuantos amigos y descansando en una habitación pequeñísima sin ventilación ni luz natural.
Por razones obvias, es difícil saber la cantidad exacta de inmigrantes indocumentados que viven en Estados Unidos, pero existen algunas estimaciones. De acuerdo con el Pew Research Center, en 2017 había más de 10.5 millones de personas. Y aunque en la era Trump, la atención mediática se ha centrado en las caravanas centromericanas, se calcula que más de la mitad de los inmigrantes indocumentados son de origen mexicano.
Felipe Hernández nació en San José Buenavista, Guerrero, uno de los estados más pobres de México. El protagonista de Ya me voy cuenta a PlayGround que con solo 14 años migró por primera vez: se fue a buscar un empleo a la capital de su país. Lo contrataron como vendedor en un mercado de dulces y con esa actividad se mantuvo 10 años.
Después fue empleado en una fábrica y en tiendas de ropa, mientras su familia comenzaba a crecer. Uno de los hermanos de Felipe, ya instalado en Brooklyn, fue quien lo animó a seguir sus pasos. Le ofreció pagar sus traslados y el “pollero”, la persona que transporta a los migrantes sin papeles. En 1999, Felipe cruzó la frontera por un pueblo de Sonora, México: una camioneta lo llevó hasta Los Ángeles y de allí tomó un vuelo a Nueva York.
Para Hernández, el objetivo central de la película sobre su vida es mostrar las dificultades que atraviesa un migrante, “desde que sale de su casa en México y una vez del otro lado. Que los hijos, papás y esposas vean que no es nada fácil”.
En 2019, las amenazas arancelarias de Donald Trump hacia México tuvieron el efecto que buscaba el presidente de Estados Unidos: contener a las personas que intentan ingresar sin autorización a su país. El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador le asignó a la Guardia Nacional el papel de muro humano, lo que ha resultado en una reducción de 74.5% de los cruces fronterizos.
Los migrantes centroamericanos y de otras partes del mundo se han enfrentado, además, al rechazo de gran parte de la población en México, la cual parece olvidar que millones de mexicanos subsisten gracias al trabajo de sus familiares migrantes en Estados Unidos.
En opinión de Felipe, ese rechazo se llama racismo: “Son personas que también quieren tener una mejor vida porque en sus países no hay trabajo, no tienen el apoyo de su gobierno. Les diría a mis paisanos que sean más humanos, que les den chance de pasar así como a nosotros nos dieron chance”.
“La mano migrante es la que hace grande a Estados Unidos”, continúa Hernández, “porque tenemos a veces hasta dos o tres trabajos para mantenernos a nosotros y a nuestra familia. Y aunque casi todo el dinero se queda en Estados Unidos, México tiene mucho que agradecer por todas las divisas que recibe: deberían de apoyar más a los migrantes”.
share